Salvador I. Reding Vidaña
La sociedad contemporánea está sufriendo algunos cambios muy significativos. No todo cambio es progreso. También lo “moderno” es temporal, dando lugar a otra modernidad. El caso de la familia es de inimaginable trascendencia, a mediano y largo plazo. Quienes celebran la destrucción del núcleo familiar, de ese que los científicos sociales ven como la base de toda la sociedad, y para ser consecuentes con su deseo de conservar esta sociedad debilitada, y fundamentar la modificación de normas sociales y legislaciones, deben entonces aceptar otros cambios.
Así, frente al avance de la drogadicción y del gran poder del narcotráfico, de la delincuencia organizada, deberían proponer varias cosas. Primero, si el poder económico de los zares del narcotráfico se ha ido imponiendo en el control político, entonces debe la sociedad entregarles de una vez el poder; para qué esperar que lo tomen por la fuerza. Igualmente, la creciente drogadicción, en vez de combatirla y educar a la población sobre su daño, legalizarla totalmente y apoyarla. ¿Qué todo esto suena idiota? Por supuesto, tan idiota como celebrar y apoyar la destrucción de la familia.
Se dice que la familia “como la conocíamos” ha ido desapareciendo, dando lugar a familias disfuncionales y “ni modo”. También que estas familias disfuncionales se han vuelto la regla y que se debe reconocer el hecho, aceptarlo como “realidad” y modificar nuestro concepto de familia. Absurdo.
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En primer lugar, la persona humana tiene virtudes y defectos, fuerzas y debilidades, buenos y malos tiempos. Esto se refleja en sus instituciones, comenzando por la familia. Siempre ha habido familias “disfuncionales”, en las que solamente hay padre y mayormente solo madre, pero eso no significa que encaminemos al mundo a ello. Las guerras, por ejemplo, han sido casi la columna vertebral de la historia, y han significado millones de hombres muertos, padres de familia. La herencia son familias matriarcales por necesidad no deseada.
Pensar que la familia es una institución desechable cuando nos plazca, hace que muchos jóvenes se casen no “hasta que la muerte los separe”, sino “hasta que el divorcio (o la simple separación, o el/la amante, o el deseo de volar) los separe”. No, el matrimonio es para perdurar, y así los cónyuges tendrán compañero, los hijos tendrán padre, madre y hermanos con quienes convivir, satisfacer sus necesidades sociales básicas (en la célula de la sociedad), crear y conservar lazos afectivos, educarse y satisfacer sus necesidades de subsistencia.
El concepto de familia celular: esposos-padres e hijos, se lleva al de la familia en muy amplio sentido: abuelos, tíos, primos, todos unidos por lazos fuertes y fuente de muchas virtudes y beneficios. La solidaridad de estas familias es la base de la solidaridad en círculos más amplios de relaciones de convivencia humana.
Si aceptamos el deterioro de su base, la familia, solo es cuestión de tiempo para que la anarquía se imponga a toda la estructura social del Estado (¿algo ya visto? por supuesto). Aceptar como inevitable la degradación de instituciones sociales es inaceptable; la historia dice que sí hay recomposición.
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